El marionetista, ebrio, se tambalea mal sostenido por invisibles y precarios hilos. Sus ojos, en agonÃa alucinada no atinan la esperanza de un soporte. Empujado o atraÃdo por un caos de cÃrculos y esguinces, trastabillea sobre el desorden de su camerino, eslabona angustias de inestabilidad, oscila hacia el vértigo de una inevitable caÃda. Y, en última y frustrada resistencia, se despeña al fin como muñeco absurdo.

La marioneta – un payaso en cuyo rostro de madera, tras el guiño sonriente, una nostalgia infinita – ha observado el drama de quien le da transitoria y ajena locomoción. Sus ojos parecen concebir lágrimas concretas, incapaz de ceder al marionetista la trama de los hilos con los cuales el adquiere movimiento.
Edmundo Valadés
¡Qué linda foto de marioneta!
¡Qué excelente cuento! Sorprendente la marionetización del hombre. Pienso y digo: ¡cuántas marionetas tenemos en el gobierno nuestro, no?!